Sin
afán de polemizar, una de las grandes necesidades en la vivencia de la doctrina
cristiana en las últimas décadas
consiste en la necesidad de una revolución interior que cambie los
valores tradicionales por los valores evangélicos.
La predicación de Jesucristo supuso una revolución de los conceptos teológicos de su tiempo, y ello fue la causa más directa de su rechazo, persecución, condena y ajusticiamiento. Pero el contenido esencial que transmitía la nueva doctrina cristiana no polemizó presentándose como una revolución religiosa, sino como una conversión o revolución interior hacia unos valores morales nuevos, o, si no nuevos, concebidos con una exigencia determinativa tan radical que les confería una categoría moralmente novedosa. Esto es lo que entendieron los primeros cristianos, y lo que les condujo en su conversión desde la Ley a la santificación.
Por ello, lo esencial del
cristianismo radica en la permanente conversión interior para no ser como
determinan las circunstancias cambiantes del entorno sino según los valores que
Jesucristo enseñó. El Evangelio en nosotros no debe cambiar según nuestra
sociedad cambiante promulgue o no sus valores sino bajo los parámetros de
Cristo en nuestras vidas.
Un
revolucionario que hizo su revolución desde abajo, desde los bajos fondos,
desde los pobres, los desclasados, los proscritos... revalorizando a sectores
que eran estigmatizados y marginados de alguna manera, como era la situación de
la mujer, la de los niños, la de los tildados de ignorantes que eran
considerados malditos, los enfermos que también tenían el estigma de que quizás
algo malo habían hecho contra Dios o que era simplemente un castigo de Dios.
Dios revaloriza revolucionariamente y trastoca los valores imperantes, valores
marginantes y humillantes para los más débiles con su frase que impregna toda
su enseñanza, sus prioridades y estilos de vida: “Los últimos serán los
primeros”... incluso en el mundo del trabajo y de los asalariados, como se ve
en la parábola de “Los obreros de la viña”
Su
revolución es una revolución integral y pacífica, de abajo a arriba. El
posicionamiento de Jesús, incluso en la evangelización, fue evangelizar desde
los de abajo, desde el compromiso con los pobres, desde los abismos de los
desclasados y de los que parecía que no tenían lugar en la sociedad, de los que
eran rechazados, incluso, de los ritos religiosos de los que formaban círculos
con los autoconsiderados puros.
Jesús no habló por su propia cuenta, como
si fuera independiente del Padre, con un mensaje personal que no estuviera de
acuerdo con la voluntad del Padre o que contradijera la enseñanza del Padre. Si
lo hubiera hecho, no habría buscado la gloria del Padre sino su propia gloria,
pero Cristo era verdadero y en El no había injusticia, porque había perfecta
armonía entre la enseñanza de El y la voluntad del Padre; de hecho, era una
sola voluntad, y una sola enseñanza.
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