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jueves, 6 de marzo de 2014

EL MONTE GURUGÚ O LA DIGNIDAD HUMANA



Existe en el ser humano algo que no tiene precio, porque está más allá de todo precio y, al mismo tiempo, da su precio a todo lo que tiene precio”.
 B. Vergely

A unos novecientos metros de altura sobre el monte de Gurugú, esperan cientos de inmigrantes llegar a España y salir de África. Llevamos meses asistiendo al salto de la valla de Melilla, viendo a centenares de ellos rasgándose el cuerpo con las “concertinas” y a la vez el corazón, en ese deseo de rebasar las barreras de occidente y encontrar el “gran dorado”. No solo hay marcas en su piel, sino en su alma frente a la desesperación, injusticia y angustia.

Comienzan el viaje sin saber ni a dónde van, ni cuánto va a costarle, que la mayoría de las veces es mucho, demasiado, hasta la vida. Pierden su poco dinero en las primeras etapas y luego solo queda sobrevivir al día siguiente. Un día más con vida, eso es lo que importa. Todos han tenido que vender sus documentos auténticos y han fabricado identidades falsas para ir superando países. Hace poco leí un artículo donde uno de ellos comentaba: "He atravesado países donde me han estafado, me han pegado, me han encarcelado. Yo he intentado venir hasta Europa de forma legal, pero esa opción para nosotros no existe".
En el Gurugú se encuentran los “sin patria” que viajan a pie llevando sólo lo puesto. No llevan equipaje físico pero si una mochila de desesperanza, tristeza, miedo, incomprensión y almas rotas. En la desesperación de poder llegar a Europa en busca de… ¿un mundo mejor?
Este es el paraíso que hemos construido. Un lugar lleno de muchos que no tienen nada y pocos que tienen demasiado. Se discute en la televisión por contertulios de ambos lados políticos que la cuestión no es el no querer  dejarlos entrar sino que no se puede colapsar el primer mundo con la llegada masiva de africanos. Se cuestiona si se devuelven “en caliente”, si se les tira pelotas de goma, si las “concertinas” son peligrosas o no, si no caben en los campamentos de acogida….blablabla…
Y solo me pregunto lo siguiente: Si yo tuviera de todo, o casi todo, lo que necesito en mi casa y una familia estuviera a mi puerta, durmiendo en la calle, sin comida, sin abrigo, sin agua ¿pasaría de largo cada día pensando que en casa solo hay capacidad  y alimento para mi familia, o les dejaría entrar y compartiría con ellos?
En nuestra casa, en nuestra Europa, ya no caben más inmigrantes y es cuestión matemática: para que pocos vivan bien  se necesitan muchos que vivan mal. Que sigan allí abajo y nos dejen tranquilos, que vivan en su “pintoresca” miseria. Ya iremos nosotros de vacaciones y nos haremos algunas fotos para el facebook, los políticos y empresarios harán safaris sacando un dinerillo de sus bancos de Suiza y todos felices.
Pero entonces que hacemos con la dignidad humana. “Aquella condición especial que reviste todo ser humano por el hecho de serlo, y lo caracteriza de forma permanente y fundamental desde su concepción hasta su muerte”.
La dignidad humana como condición de ser humano, es el hecho de acceder sin ningún costo a los derechos y las obligaciones que se van generando con el paso del tiempo y de acuerdo a las condiciones sociales en las que normalmente se mueve por el hecho de estar o pertenecer a un grupo social; esto implica pues, un respeto mutuo de sus derechos como lo son a tener una vida digna, con un honor, con una buena reputación, sin ser de ninguna manera objeto de ultrajes o humillaciones.
Es necesario practicar la dignidad. No se trata de la búsqueda del reconocimiento a nuestros méritos, sino del respeto por lo que somos y a la vez otros son y el compromiso de actuar en la vida en función a ella en lo relacionado con el prójimo.
La palabra dignidad proviene del latín, dignitas. Está asociada al valor personal, al mérito, a la virtud, a la condición, al rango, al honor. Se la asocia también a la idea de la belleza majestuosa, a la magnificencia. Por eso lo indigno es siempre feo y oscuro.
Reflexionando sobre ello recordé que a los políticos que rigen las naciones se les llama “altos dignatarios” y no supe si ponerme a reír o a llorar. Como siempre, cambiamos respeto por jerarquía social. El tanto tienes tanto vales de siempre. Si no hay dignidad perdemos la esencia del hombre y el ser humano pierde su verdadero valor.
Si herimos la dignidad de una persona, destruimos de alguna manera su humanidad.
La práctica de la dignidad hace  al ser humano creer en ideales Y tener ideales es trabajar en el camino de luchar por el otro.  Es pensar que las cosas imposibles pueden convertirse en posibles. Pero los sueños no nacen de la indiferencia o de la pereza sino del esfuerzo.   Un idealista es alguien que tiene necesidad de actuar para que el mundo y él mismo puedan mejorarse y transformarse. Todos sabemos que los ideales nos cambian. Permiten una transformación interior del individuo y también, como consecuencia,  una transformación de la sociedad.
Michel Lacroix decía  que “el alma se tiñe del color de los pensamientos que la ocupan… si sus pensamientos se tornan hacia un ideal, el alma se eleva… si al contrario, el alma está privada de ideal, se empobrece”.
Pero nos han confundido en cuanto a lo que a ideales se refiere  y estamos desconcertados, porque las ideologías, los partidos y los regímenes de manera explícita o implícita han tergiversado la idea de la dignidad.
Hoy, más que nunca, es el criterio de la dignidad lo que nos puede permitir decidir sobre la validez de los ideales que debemos alcanzar. Toda propuesta que no promueva la dignidad del hombre, contiene ya en sí el germen de su deshumanización y nos puede llevar a caminos muy peligrosos de andar.
 La dignidad debe permitirnos vencer el miedo al compromiso y a los ideales. Porque una cosa es cierta y es que algo tendremos que hacer con tantos “montes gurugus” desde donde nos miran los que no tienen nada. Y cuidado que tal vez de aquí a nada tú y yo estaremos subidos en uno de esos montes con el alma desgarrada por las “concertinas” de la sinrazón.




2 comentarios:

  1. Por lo pronto dejar de juzgar a otros cuando nosotros hacemos lo mismo o peor. Y luego orar por este tiempo que es profético...y después intentar en nuestra parcela trabajar por los más desfavorecidos

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