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domingo, 24 de febrero de 2013

Verba volant, scripta manent


“No posemos verdaderamente nuestros pensamientos y experiencias hasta
que los hayamos negociado con nosotros mismos y, para ello, escribir
es el medio privilegiado”
Bereiter y Scardamalia, 1983

La palabra escrita es un bien cultural que abre senda al saber, la creación y la libertad, ya que permite la transformación de la persona a partir de su encuentro interior. Es decir, a partir del diálogo entre sus conocimientos previamente adquiridos y los aportados por el escrito, la persona construirá un nuevo saber que lo hará crecer intelectual y espiritualmente.
El valor de la palabra escrita está significado en antiguos textos, especialmente en la Biblia. Aunque miles de millones de personas han poblado el planeta, el recuerdo de la mayoría de ellas se ha perdido en las arenas del tiempo. Aun así, algunas han cambiado el curso de la historia y han contribuido a que nuestra vida sea como es. La escritura nos salva del olvido, lo confirma la expresión latina verba volant, scripta manent, que significa que las palabras vuelan, pero lo escrito permanece.
Vemos pues, que palabras escritas hace siglos y siglos han sido transmitidas de generación en generación, cuyos significados pueden haber sido, son y serán ejemplo y guía para miles de millones de personas de todo el mundo presente y futuro.
 Las palabras emitidas, tanto como las omitidas, se modifican en el espacio, se volatilizan, se olvidan, y si se recuerdan no se recuerdan con la misma fuerza. En cambio la palabra escrita queda sellada, se perpetúa y trasciende.
La palabra escrita cambió la historia del pensamiento, cambió la visión del hombre, cambió la cultura, modificó valores, modificó historias de países enteros, destruyó, mató, generó, dio vida, inventó, se actualizó. Desde la escritura comenzaron a generarse ideas nuevas, a poder estudiar, profundizar lo dicho, refutar, opinar, ir más allá de lo que la palabra decía. Entonces generó revelaciones, se comprendieron mensajes antiguos de culturas antiguas.
Si traducimos esta idea a dos fines prácticos, diríamos  que para modificar profundamente una emoción que nos perturba, una situación que no sabemos resolver, es importante escribirla, es substancial escribir cuánto se siente, cuánto se deja de sentir, qué se está haciendo, qué no se está haciendo. Esto lleva a tener un registro del presente. Si dejamos en la simple idea, visualización, pensamiento, la cosa sigue en el aire y se crea un meollo de ideas. En cambio transferirlas al papel hace que tome una realidad implacable, a través de la escritura se conectan la mente, el corazón, el espíritu. Nadie hay que nos mire mientras sentimos lo que escribimos. 

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