“No posemos
verdaderamente nuestros pensamientos y experiencias hasta
que los hayamos
negociado con nosotros mismos y, para ello, escribir
es el medio
privilegiado”
Bereiter y Scardamalia,
1983
La palabra escrita es un
bien cultural que abre senda al saber, la creación y la libertad, ya que
permite la transformación de la persona a partir de su encuentro interior. Es
decir, a partir del diálogo entre sus conocimientos previamente adquiridos y
los aportados por el escrito, la persona construirá un nuevo saber que lo hará
crecer intelectual y espiritualmente.
El valor de la palabra escrita está
significado en antiguos textos, especialmente en la Biblia. Aunque miles de
millones de personas han poblado el planeta, el recuerdo de la mayoría de ellas
se ha perdido en las arenas del tiempo. Aun así, algunas han cambiado el curso
de la historia y han contribuido a que nuestra vida sea como es. La escritura nos salva del olvido, lo
confirma la expresión latina verba volant, scripta manent, que significa
que las palabras vuelan, pero lo escrito permanece.
Vemos pues, que palabras escritas
hace siglos y siglos han sido transmitidas de generación en generación, cuyos
significados pueden haber sido, son y serán ejemplo y guía para miles de
millones de personas de todo el mundo presente y futuro.
Las palabras emitidas, tanto como las omitidas, se
modifican en el espacio, se volatilizan, se olvidan, y si se recuerdan no se
recuerdan con la misma fuerza. En cambio la palabra escrita queda sellada, se
perpetúa y trasciende.
La palabra escrita cambió la historia del pensamiento,
cambió la visión del hombre, cambió la cultura, modificó valores, modificó
historias de países enteros, destruyó, mató, generó, dio vida, inventó, se
actualizó. Desde la escritura comenzaron a generarse ideas nuevas, a poder
estudiar, profundizar lo dicho, refutar, opinar, ir más allá de lo que la
palabra decía. Entonces generó revelaciones, se comprendieron mensajes antiguos
de culturas antiguas.
Si traducimos esta idea a dos fines prácticos, diríamos
que para modificar profundamente una
emoción que nos perturba, una situación que no sabemos resolver, es importante
escribirla, es substancial escribir cuánto se siente, cuánto se deja de sentir,
qué se está haciendo, qué no se está haciendo. Esto lleva a tener un registro
del presente. Si dejamos en la simple idea, visualización, pensamiento, la cosa
sigue en el aire y se crea un meollo de ideas. En cambio transferirlas al papel
hace que tome una realidad implacable, a través de la escritura se conectan la
mente, el corazón, el espíritu. Nadie hay que nos mire mientras sentimos lo que
escribimos.
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