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lunes, 5 de diciembre de 2011

Una ventana con vistas al cielo



Un día él llamó a mi puerta como tantas veces y esta vez a pesar de mis recelos tímidamente le deje entrar. Durante  años insistió y nunca se canso aún sintiendo mis desprecios. No sabía muy bien que quería de mí.Ese empeño en conocerme, entrar en mi casa y querer charlar conmigo no llegaba a comprenderlo. Pero fue tanta la insistencia, que decidí dejarle entrar, solo al recibidor, solo en la entrada, no quería que conociera más de mi intimidad. Me dije a mi misma que me daba pena verle llamar una y otra vez, aunque he de confesar que en realidad, en mi estaba produciendo una especie de estremecimiento interior, quería conocerle más. Definitivamente había algo en él que me estaba cautivando y no podía definir muy bien que podía ser…su paciencia conmigo, sus palabras, su sonrisa, su persistencia…no sé, algo era.
Ese día entró hasta el recibidor de mi casa, no se sorprendió al oírme decir –bueno, pasa un poco dentro y charlamos-. Simplemente exhibió  esa sonrisa que le caracterizaba y paso. Allí de pie junto a él me inundó una extraña sensación de calor que me hacía sentir protegida, pero a la vez hablando con él experimentaba una rara intranquilidad en mi interior.
Comenzó a charlar conmigo como si me conociera de toda la vida y su dulce voz me hizo ir bajando los muros que estaban a mí alrededor. Comencé a sentirme tan ajusto con su presencia que sin darme cuenta le había invitado a pasar al comedor. Se sentó tranquilo y sereno, parecía que se sentía en casa, cosa rara porque yo nunca le había dejado entrar. Fui a la cocina y le prepare un te aromático, no se, pensé que le gustaría. Juntos lo tomamos y reímos y reímos. ¡Cuanto tiempo hacía que no reía así! De repente los dos nos callamos, fue el silencio más largo de mi vida. El me miró y yo me sentí avergonzada. Ante sus ojos me parecía que yo era trasparente y que podía ver las cosas que no me agradaban de mi misma.Eso me puso intranquila. Por un momento me sentí avergonzada, nadie sabía mis secretos más profundos, pero pareciera que su cuerpo era un espejo donde se reflejaba todo mi interior. En ese momento tuve ganas de decirle que se fuera, esa situación me era muy molesta y dolorosa. Alce mi mirada para decirle que sería mejor que se marchará pero al cruza sus ojos con los míos sentí su amor. Su amor ....como ondas que llenaban todo mi ser y me mecían como olas. Ya no quise que se fuera, alguien que emana ese amor por mí viéndome tal y como era, con mis defectos y mis miserias...nunca había encontrado en mi vida alguien asi.
De repente se levantó del sillón y como si conociera perfectamente mi casa comenzó a subir las escaleras. Yo, le seguía peldaño tras peldaño preguntándome donde iría, si seguía subiendo vería el desorden de algunas habitaciones y eso no me gustaba. A él no parecía importarle ese desorden y comenzó a canturrear mientras seguía su camino. De repente llegamos a la última planta y se paró mirando una de las habitaciones. ¡No!, pensé yo, ahora entrará en el cuarto más desordenado de toda la casa. Me preocupaba tanto lo que pensará de mí. Abrió la puerta y pasó. El lugar estaba completamente desordenado y me excuse –es que no subo mucho por aquí- le dije. Ya, ya lo veo- contesto. Paso entre los libros que se amontonaban en el suelo y se acerco hacia la pared. Allí había un gran ventanal cerrado. Antes de que intentara nada le dije –no se puede abrir, siempre ha estado cerrado y como nunca subo por aquí no me he preocupado en arreglarlo- Me miró y volvío a sonreírme, cuanto me gustaba esa sonrisa. Me dijo: Ven acércate, la abriremos juntos. Pero ¿Cómo? dije yo, ¡jamás pude hacerlo!. El sonriendo aun contesto: es que siempre lo intentaste sola, prueba conmigo. Los dos pusimos las manos en el manillar de la ventana y tiramos con todas nuestras fuerzas. ¡Zas! La ventana abrió de repente. Y una luz clara y nítida deslumbro mis ojos. El viento entro por el gran ventanal y yo comencé a respirar profundo. Nunca inhale un aire más puro, una brisa más gratificante. Los dos reíamos  y comenzamos a ver el cielo, las nubes que corrían con prisa y los pájaros volar. Estuvimos frente a la ventana muchas horas, charlando, riendo, respirando profundo y así llego la noche. El me enseñó las estrellas, hablaba de ellas como un pintor hable de su obra y las miramos. Miles de estrellas flotando en el cielo. Y en ese momento comprendí todo. El siempre había estado conmigo y había deseado este momento desde hacía muchos años. Espero paciente que le dejara entrar en casa para poder subir allí y enseñarme las estrellas. Ese definitivamente era el mejor lugar para mirar el cielo.
Entendí que pasarían muchos veranos cálidos, otoños de melancolía, inviernos de tristeza y que siempre volvería a resurgir la primavera. Pero ahora ya nada importaba, era feliz. Sabía que abría momentos difíciles en mi vida y hermosos días para recordar. Vendrían tormentas y vientos volviendo luego a florecer rosas en mi corazón. Ahora ya nada importaba, ahora no había miedo, Él siempre estaría conmigo.
Ahora tenía una gran ventana con vistas….con vistas al cielo. 

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