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lunes, 7 de mayo de 2012

¡NO ME SEAS ELÍAS!



El otro día estuve charlando con una persona y algo que le dije comentando un problema, me llevo a recordar el monte Horeb, una cueva oscura y un solitario profeta dentro de ella.
Cuarenta días antes, él había hablado con Dios, diciéndole que acabara con su vida convencido que su sociedad había ido demasiado lejos y que esto no tenía remedio. Y es cierto que la nación había ido demasiado lejos, que él estaba siendo perseguido, pero todo esto ocurría unas horas después de haber luchado contra los profetas de Baal y haberlos vencido. Quizá después de la mayor victoria de su vida.
Elías estaba convencido que la gente debía escucharle ahora.  Pero antes que él estuviera próximo a la ciudad, llego hasta él un mensajero de Jezabel. La reina le amenazó: “Así me hagan los dioses, y así me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos.” Ella le dijo a Elías, “Tú tienes un día para vivir antes que yo te mate.”
Dentro de las veinticuatro horas de su increíble victoria en el Monte Carmelo, Elías volvió al desierto, temblando bajo un árbol de enebro. En su mente todo se volvió en contra suya. Y de la noche a la mañana todas sus esperanzas por una renovación se desvanecieron.
Cuarenta días después, encontramos a Elías hospedado en la cueva de una montaña, totalmente solo. Creyendo la “palabra profética” sobre su futuro que el mensajero de su gran enemiga le había traído. ¡Curioso verdad!, sobre todo si pensamos que Elías jamás moriría sino que sería llevado en un carro de fuego al cielo sin pasar por la muerte. Dios sabia cual era su plan con él y su enemigo quiso asustarle con algo que no podía ocurrir en la vida de este profeta. Pero solo eran palabras, solo palabras……
Aquí es cuando Elías comienza su lamento y cuando Dios le pregunta, contesta algo así como: Señor yo te amo, pero mira tu pueblo…y de los que realmente te aman solo he quedado yo. Ainsssss…………. Elías! ….craso error…….
Dios me ha enseñado muchas cosas en estos casi treinta años junto a Él. Ciertamente creo que hay mucho por hacer y que algunos de los que se dicen cristianos  viven una vida de hipocresía. Pero sé que un incontable número de personas como yo aman a Dios e intentan vivir una vida sincera y consagrada. Si yo creyera que no hay muchos que aman al Señor con corazón genuino, que a lo largo de años y siglos ha habido y habrá creyentes íntegros. Si no creyera que en cientos de países hay hombres y mujeres que darían su vida por su amado Salvador, estaría invalidando el poder de Dios en la vida del hombre.
Dios mismo tuvo que decir a Elías, ¡Eh chico! “Yo tengo un remanente de siete mil para mí en Israel, todos aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal, y todos aquellos cuyos labios no le besaron”.
Dios le estaba diciendo, “Yo tengo siete mil Elías escondidos, hombres y mujeres que me aman. Y todos ellos comparten la misma carga que tú.”
Hoy también el Señor, tiene preparado un remanente, no estamos solos, somos muchos los que le amamos.
El problema de Elías fue pensar que Dios mando fuego del cielo porque él, y solo él, clamo en oración. Por eso decidió volver y espero que todo el pueblo se arrepintiera a su paso….craso error de nuevo. Nosotros solos, no somos nada, necesitamos del resto de aquellos que aman a Dios. No fueron tan solo las oraciones de Elías que bajaron fuego del cielo. Fue el clamor de siete mil hombres y mujeres amantes de Dios. Personas  que estuvieron encerradas en cuevas orando, algunos sirviendo solitarios en la casa de Acab, desconocidos para todos menos para el Señor. Ellos fueron fieles intercediendo, y Dios los escuchó. El fue  el único que pudo disfrutar de ver en vivo y en directo la victoria y solo le sirvió para quejarse de que estar solo.
Hablando con esta persona, de estas cosas, salió esta frase de mi boca “no me seas Elías” Y hoy sigo pensando lo mismo, no seamos el profeta Elías de este momento. Dejemos de pensar que somos los únicos que caminamos en integridad delante de Dios….porque siempre ha habido y habrá siete mil que no han doblado sus rodillas. Siempre habrá un remante en cada generación porque es Dios en nosotros el que vence al enemigo y el que levanta un pueblo numeroso que le ama y sirve de corazón.




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