En 1936 Hitler y
el partido nazi, con un programa
racista,
xenófobo y aberrante gobernaban Alemania.
Los Juegos
Olímpicos de ese año se celebraron en Berlín,
la capital de Alemania.
El ganador de más medallas en esos Juegos fue
el
norteamericano Jessie Owens, un atleta
negro.
Hitler se marchó
del estadio olímpico para evitar darle la
mano. Cuando un
periodista nazi preguntó al campeón si
se sentía
orgulloso de su raza, Owens contestó
sonriente: "Sí claro, estoy orgulloso de la raza
humana".
Los fenómenos
del racismo, la xenofobia y la intolerancia, alentados por diversos factores económicos,
sociales, políticos o culturales, se han convertido en un auténtico
motivo de preocupación para todas las sociedades democráticas de nuestros días
y para los ciudadanos y ciudadanas, que vemos amenazados los valores y
principios que sostienen la convivencia pacífica y asistimos con espanto a la
violencia desatada contra los más débiles, a la persecución de las minorías, a
la marginación de grupos, etnias y personas que no se ajustan a los patrones
establecidos que en realidad no sé bien quien establece. Los centros docentes y
la educación que en ellos se imparte no sólo no pueden quedar al margen de
estos problemas sino que, por el contrario, constituyen un instrumento
especialmente idóneo para combatir y ante todo prevenir actitudes, que atentan
directamente contra la dignidad esencial de la persona y atacan el fundamento
mismo de la igualdad entre los seres humanos.
Está claro que
nuestro país está cambiando. Pero uno de los más grandes cambios ha sido la
recepción continua de inmigrantes. Atraídos
por una vida mejor han llegado con expectativas de futuro, buscando el Dorado, que nosotros en los años 60 y 70
fuimos a buscar a otros países. Con
ellos evidentemente llegan nuevos hábitos, idiomas, costumbres, y toda la
diversidad que llevan las culturas.
En poco tiempo
hemos tenido que hacer hueco a nuevas culturas, nuevas creencias y nuevos
modelos de pensar y de vivir. Y evidentemente este proceso está lleno de
dificultades que nos llevan a dos puntos muy dispares, o la integración o el
racismo y la discriminación.
Hay que hilar
muy fino porque la integración de las
minorías es algo complicado. Debemos integrarlas a la sociedad como personas de
pleno derecho y además crear una convivencia pacífica y de enriquecimiento
mutuo.
Es evidente que
no nacemos siendo racistas, es decir, pensando que los demás son inferiores a
nosotros.
Es algo que se
va adquiriendo de lo que vemos a nuestro alrededor, lo que oímos, lo que
experimentamos. Está claro que son los otros los que nos enseñan a ser
racistas, sobre todo los más cercanos, los que deben educarnos.
En mi
experiencia escolar he podido comprobar que los niños de 3 a 5 años no tienen
ningún tinte racista. En una escuela multicultural, como la de hoy en día,
aprenden y juegan juntos niños de todas las razas, lenguas, religiones y
colores. Es en ese crecimiento cuando empiezan a ver y a oír ideas y acciones racistas que comienzan a ser
adoptadas por ellos.
La escuela debe adaptarse a estos nuevos
tiempos Pero está claro que no depende solamente de ella, aquí todos entramos
en el juego.
Y tengamos clara una
cosa, todos podemos ser víctimas o verdugos en algún período de nuestra vida,
en lo referido a racismo, prejuicio y discriminación
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