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martes, 16 de diciembre de 2014

Los recados del padre


Estos días estaba charlando con un joven y aconsejándole sobre algunas cosas cuando Dios me impresiono con unas palabras que le dije. Como es el Señor de multiforme, hablando con el jovencito sobre su vida Dios comenzó a hablar a la mía. Como ya es costumbre en El cuándo quiere que entienda algo no dejo de martillearme con estas palabras “los recados del padre” y una vez más me enseño una hermosa lección.
Me hizo recordar a David, el rey David, cuando solo era el hijo menor de Isaí y cuidador de las ovejas de su padre.
Dice la Escritura que sus tres hermanos mayores, eran ocho, estaban en la guerra y que el “había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre en Belén”. Realmente a David, como a cualquier joven israelita de la época le encantaría estar en la guerra luchando contra el enemigo pero él se conformaba con ir y venir de vez en cuando y dedicarse a la tarea encomendada por su padre, que no era otra que cuidar ovejas en el campo.
David por aquel entonces ya había sido ungido por Samuel pero esto no cambio su estilo de obediencia a su padre.
Cuando el Espíritu de Dios se apartó de Saúl y se encontraba atormentado mando llamar a David para que tocara el arpa después de estas recomendaciones de sus criados “….yo he visto al hijo de Isaí que sabe tocar, es valiente, vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras y hermoso (y lo más importante)…Dios está con él.
El joven David fue llamado por el rey y su padre le mando allí durante un tiempo, así que el sabia de las batallas de los guerreros. Pero cuando su padre le volvió a llamar a casa dejo de ser paje de armas del rey y volvió a su rebaño.
Pero un día su padre le manda hacer un recado. Y ese hombre valiente, vigoroso, hombre de guerra, obedece a su padre. ¡Un simple recado, eso era todo lo que tenía que hacer!
El recado era el siguiente: -lleva comida a tus hermanos, y quesos a los jefes de mil y tráeme nuevas de ellos- , ¡que trepidante aventura!
Él no se quejó, se levantó, dejo sus responsabilidades cubiertas, sus ovejas al cuidado del guardia y salió. Cundo llego vio como el ejército se ponía en orden de batalla y después de preguntar por sus hermanos, corrió a la primera línea.
Fue entonces cuando David oyó al filisteo y pregunto porque nadie luchaba contra él. Saúl, pese a sus reticencias por creerle demasiado joven le dejo hacer. David sabía que su tiempo con las ovejas no fue en balde, mato a osos, leones y estaba preparado para matar a ese gigante incircunciso.
 Cuantas veces queremos matar gigantes sin haber pasado por nuestro tiempo de cuidar ovejas. Cuantas veces en Dios queremos saltar peldaños y queremos ser relevantes sin matar nuestros osos y leones. Esos osos y leones que creemos insuficientes para nosotros porque somos tan ingenuos que pensamos que somos capaces de saltarnos procesos de Dios en nosotros vamos directamente a matar gigantes. Y así nos va, salimos descalabrados y caemos bajo la sentencia de Goliat “si vences yo te serviré…pero si yo gano me servirás tu” y quedamos sometidos por el temor al enemigo.
Pero David había hecho la tarea, cuido las ovejas de su padre por muchos años y esa mañana marcho simplemente a realizar “el recado del padre”  y fue esa obediencia la que le hizo salir del campo de batalla habiendo matado su gigante.
¿Qué habría ocurrido si David esa mañana hubiera decidido no obedecer el encargo de su padre? Jamás hubiera matado su gigante.

Deja que Dios trabaje en proceso en tu vida. Haz todo lo que te venga a la mano, trabaja en las necesidades que encuentres a tu alrededor, no te preocupes porque otros ya están en la batalla, porque ya son famosos guerreros, cuida de tus ovejas. Es entonces, cuando menos te lo esperes, que el Padre te mandará a un recado, un insignificante recado, y cuando tu siendo diligente en dejar tu tarea a otro salgas en obediencia…. encontraras tu gigante y lo vencerás porque antes ya mataste tu oso y tu león.

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